¿Es de los que adora el tocino y odia la coliflor? ¿No puede resistirse a unas patatas fritas y, sin embargo, podría vivir sin la fruta? Pues sepa que es posible reeducar a su cerebro para que prefiera las opciones más saludables. Al menos es lo que sugiere un estudio publicado esta semana en la revista Nutrition and Diabetes cuyos datos podrían ser útiles para combatir la epidemia de sobrepeso que vive el planeta.
«La obesidad se asocia con una hiperactivación del sistema de recompensa en favor de la comida con muchas calorías frente a las que tienen pocas […] Sin embargo, hasta la fecha no estaba claro si este patrón podría revertirse de alguna manera», explican los autores del trabajo en la revista científica.
Para comprobarlo, estos investigadores de las Universidades de Harvard y Tufts, en EEUU, analizaron mediante resonancia magnética el cerebro de ocho personas con obesidad antes y después de someterse a un programa de adelgazamiento de seis meses. Después, compararon los resultados con los de un grupo control.
Según explican en el texto, eligieron este programa porque se basaba en alcanzar un cambio de comportamientos en el paciente y en tratar de romper los lazos existentes con la comida poco saludable. Además de sesiones de grupo y el apoyo de expertos en nutrición, los pacientes habían recibido trucos para el día a día, como menús específicos, recetas y platos saciantes pero bajos en calorías.
Al analizar a fondo los circuitos de recompensa cerebrales, los investigadores comprobaron que los individuos que se sometieron al plan de adelgazamiento habían desarrollado cambios en áreas del cerebro relacionadas con el aprendizaje y la adicción. Se había producido un aumento de la sensibilidad hacia las opciones más saludables en detrimento de las más calóricas.
«Nuestros datos muestran que es posible cambiar las preferencias de la comida no saludable a la saludable», señalan los investigadores, quienes reconoce que su estudio se ha limitado a muy pocos pacientes, por lo que reclaman nuevos estudios que ratifiquen sus conclusiones.
«Ha de explorarse más este área por su potencial para fomentar la efectividad y la sostenibilidad de los tratamientos para la obesidad basados en el comportamiento», señalan.
Desde hace años, los especialistas en nutrición recuerdan que, aunque complejo de lograr, el cambio de hábitos y el reaprendizaje dietético es una estrategia mucho más efectiva en la lucha contra la obesidad que optar por una de las muchas dietas que se popularizan periódicamente.
Un metaanálisis de casi 50 estudios publicado esta semana en la revista JAMA muestra que ninguno de estos regímenes -Atkins, dieta de la Zona, Dukan, etc- son la panacea y que, por mucho que prometan ser la opción definitiva, sus resultados terminan siendo similares. Todas consiguen una pérdida de peso que no se perpetúa en el tiempo.
A los 12 meses de la intervención, los sujetos analizados habían vuelto a ganar un cuarto del peso perdido, una cifra que podría ser mucho mayor si el seguimiento hubiera sido más amplio. «Un año no es suficiente para conocer los efectos a largo plazo tanto de la pérdida de peso como de las mejoras metabólicas o las enfermedades asociadas al sobrepeso», señala José María Ordovás, director del laboratorio de Nutrición y Genómica de la Universidad de Tufts (EEUU), investigador y colaborador senior en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y director científico del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentación (IMDEA).
Coincide con su punto de vista Miguel Ángel Martínez, investigador de la Universidad de Navarra en España y uno de los mayores expertos en dieta mediterránea, quien recuerda que uno de los puntos cruciales de la investigación actual en nutrición es «ver la sostenibilidad de las dietas a largo plazo». De hecho, su equipo ya trabaja en la siguiente fase del estudio PREDIMED, que analizará los efectos de una restricción de energía dentro del patrón de la dieta mediterránea en un plazo de al menos cinco años.